domingo, 2 de junio de 2013

Lucita - Luz Maria Hernandez Castro

¿Cuántas veces habrá deseado volver a nacer Luz María Hernández Castro?
La idea de gozar de nuevos sentimientos y/o de esa amarga sensaci
ón de asombro o de rechazo la torturó por mucho tiempo hasta que, con la carga de los años, ella logró la tranquilidad. Luz María ha perdido la memoria.

Luz Maria "Lucita"
Y debe ser  difícil deshacerse de los recuerdos, aunque éstos haga tanto daño como el sufrido por esta simpática ancianita de tan sólo 80 centímetros de estatura a quien los médicos calcula unos 72 años de edad, un estimado que no parece coincidir con la vitalidad que luce orgullosa frente a las escasas visitas que llegan hasta este pueblo donde ella reside. Doña Francisca, una amable matrona de 90 años que desde hace 30  se hizo cargo de cuidar a Luz, relató a LA TRIBUNA su historia allá en el interior de su acogedora casita ubicada en la punta de un cerro en medio de Yuscarán, una población de unos dos mil habitantes en  El Paraíso. 75 kilómetros al Oriente de Tegucigalpa. Así cuenta Panchita la vida de Luz María:

Hace unas siete u ocho décadas nació en Candelaria, El Salvador, una pequeña con extremas deformaciones físicas que sin esforzarse se ganó la repulsión no sólo de su familia, sino de su madre, la mujer que cuando era una infante la regaló a su abuela y se olvidó de su existencia. Luz María jamás vivió a saber de sus padres. Y la vida de aquella pequeña se convirtió en la de un “cachorrito” que pasa “regalado” de unos a otros. Cuando la generosa abuela de Luz María estaba agonizando, la regaló a su madrina con quien la niña se hizo adolescente en Santa Ana, El Salvador. Antes de cumplir los 16 años, aquella enanita tuvo un terrible accidente que la dejó fracturada y su madrina se vio obligada a ingresarla en el hospital estatal. Poco tiempo tenía la jovencita de estar interna cuando un médico abusando de su inocencia y debilidad la violo causándole terribles daños físicos y mentales. Luz María quedó embarazada, pero fue retenida en el mismo escenario de aquel inhumano acto seguramente para evitar un escándalo público, hasta que su hijo nació por una operación cesárea. Jamás se supo el nombre del padre de su vástago.


Panchita Diaz
Con su hijo en brazos, la perturbada, mujercita regresó con su caritativa madrina. En el seno de aquel lugar apenas  si pudo ver crecer a su niño antes que fuera objeto de la más angustiosa pesadilla. Luz María (ya tendría unos 20 años) se dedicaba a hacer mandados a su madrina, una sastre que había empezado a recibir con frecuencia, la visita de una pareja de “maromeros” que trabajaban en un pequeño circo que había llegado al pueblo. Una tarde, cuando la joven iba a comprar unos hilos a su madrina, fue convencida por estos “amigos” y se dejó acompañar hasta que ellos la tomaron por la fuerza y huyeron con ella.

Luz María resultaba un buen negocio en aquel tiempo. La gente pagaba por verla, sobre todo en las poblaciones del interior de El Salvador y luego de Honduras, a donde vino a parar aquel par de “payasos”. Luz María era objeto del peor trato; para aquella pareja la joven no era humana, sino un monito gracioso que les daba para vivir y comprar alcohol porque encima, los “patrones” de Luz eran ebrios.

Al cabo de muchos años, la enanita ya se había acostumbrado a esta vida cuando fue botada. Se trataba de un impulso de su “dueño” a quien ella no pudo conseguir el aguardiente que esperaba se lo diera fiado. Tanto se irritaba aquel hombre que la golpeó salvajemente hasta dejarla completamente irreconocible. Le quitaron su vestido y la cubrieron con un pedazo de manta El la creyó muerta.


Pero a Luz le quedaba aun un hilito de vida. Ella siempre había tenido la idea fija de volver con su hijo y probablemente esta ilusión le dio fuerzas para continuar con vida. Alguien que la vio tendida en la calle la hizo ver por un médico, la curaron y la trajeron a Tegucigalpa.

Panchita Díaz, una hondureña que junto a su marido se ha dedicado al negocio de los cerdos, estaba en Tegucigalpa cuando un señor que recuerda nada mas como Joaquín, la llamó y le preguntó si quería llevarse un “monito”. Doña Francisca quiso saber de qué se trataba y se encontró con Luz, para ese tiempo con 40 años de edad, aproximadamente. Cuenta doña Panchita, que cuando ella le preguntó si quería irse para Yuscarán con su familia, aquella enanita emocionada le dijo que si y la llamó mamá. De aquel día a esta fecha han transcurrido ya unos treinta años.

Luz María ha vivido en el seno de este lugar desde aquella época. Ella se dedica a hacer mandados, barre y ayuda a Panchita en los quehaceres de la casa. Cuando le preguntamos cómo se sentía,  Luz dijo a LA TRIBUNA que “muy tranquila”, que le gustaba estar allí, ir al mercado a comprar y estar con Pancha, a quien aseguró querer como a una mamá.  Con una cara sonrojada, dijo que nunca se había enamorado y que le gustaba mucho la gente. Y Luz María ha tenido su recompensa. Cuando usted venga a Yuscarán puede comprobarlo: pregúntele a cualquiera por ella porque todos le darán referencia y no sólo eso, le interrogan hasta irritarlo  hasta que les convenza de que no quiere hacerle ningún daño a esta simpática enanita a quien todos llama Lucita.

Pero hay algo que Luz María nunca borró de su mente; el recuerdo de su hijo que a estas alturas debe ser todo un hombre. Panchita dice que a pesar que ella parece sentirse bien, muchas noches la sorprende llorando y que le dice: “Hay Pancha”, es que no puedo olvidarme  de “mijo”

Para 1969, poco antes de la guerra entre Honduras y El Salvador, aquel muchacho llegó hasta Tegucigalpa siguiendo el rastro que había dejado su diminuta madre. Dice Panchita que incluso llegó hasta la casa de una de sus hijas, localizada en El Reparto, a preguntar por su mamá y que allí le indicaron que se encontraba bien en Yuscarán y le dieron la dirección. Pero para desgracia suya y de Luz, el muchacho fue uno de los primeros salvadoreños capturados por la policía y devueltos a su país cuando el conflicto llegó a agravarse. Nunca más se ha sabido de él.

Para ese tiempo también Luz María se llevó su susto. Su origen salvadoreño molestó a uno que otro poblador y la policía local intentó arrancarla de aquel hogar hondureño para deshacerse de ella. Panchita y su familia no lo permitieron y Luz siguió viviendo en esta pintoresca casita. Ella, durante su conversación, no nos habló de su hijo, pero a través de Panchita sabemos que su ausencia sigue haciendo daño a Luz María quien completaría su tranquilidad si volviera a verlo. El debe encontrarse en alguna parte de El Salvador o de Centroamérica. 

Lucita murió el 16 de agosto de 1988,  pero aun persiste en Yuscarán su recuerdo en la mente de muchos. 

Tomado de Día 7, Diario La Tribuna, del 27 de Junio de 1987. 
Recopilación e investigación  realizada por el Lic. Héctor Ramón Cortés Cáceres y publicada en la Revista Yuscaran, Ayer y Hoy, Número 2, Enero 2013



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