domingo, 2 de junio de 2013

El poeta Froylán Turcios en Yuscarán


En febrero de 1903 se dio la toma de Danlí, realizada por el general Miguel R. Dávila, en esta toma lo acompañaba el poeta Froylán Turcios, después de 30 horas de combate con bajas para ambos bandos, el coronel Teófilo Cárcamo, encabezó un contingente de jóvenes enemigos del régimen, quienes rompiendo las puertas de la iglesia lograron derrotar a los gobiernistas.


La siguiente anécdota fue escrita por el mismo Froylán Turcios y recogida en el libro Memorias y Apuntes de viaje de Froylán Turcios, lo relatado sucede después del combate de Danlí y la toma de Yuscarán en 1903, la anécdota dice así:

En una de aquellas clarísimas y tibias mañanas de marzo en Yuscarán fui a bañarme al río, cerca del sitio en que aun se ven algunas casas en ruinas, antiguas residencias de los ricos mineros. Dentro del agua, fresca y gratísima, gozaba de uno de los placeres que más me deleitan. Sentíame pleno de salud, alegre, optimista, en aptitud de realizar cualquier acto extraordinario. Miraba la metálica  limpidez del firmamento, por el que vagaban grandes nubes de encendida plata, con esa emoción de eterno soñador de imposibles quimeras.

A pocos pasos unas campesinas atravesaban la corriente con las ropas arremangadas hasta las caderas. La última era muy mocita, muy guapa, a quien saludé levantando los brazos como si deseara abrazarla. Volvióse hacia mí  y en su inconsciente movimiento me mostró durante unos segundos…  Deslumbrado, sentí correr por mis venas un fuego devorador. Mi cabeza ardía y mi corazón saltaba enardecido. Al salir del agua, en la margen opuesta del río, la muchacha, con la mano en alto, me hizo un llamamiento. Perdí entonces la serenidad que aun me quedaba. En dos saltos estuve junto a mi ropa. Vestime rápidamente, me lancé sobre el caballo, y corrí tras la mozuela.

¿Cómo intentaría satisfacer mi deseo? Propiamente lo ignoraba, Ella no iba sola. Lo que sí sabía  era que estaba resuelto a hacer algo inaudito para estrecharla en mis brazos. Pero a lo largo del camino tras de atravesar el río, no se veía a nadie, Interrogué a un hombre que se hallaba en la puerta de una choza. -esas Mujeres van para Santa Cruz (no tengo certeza de este nombre) y subieron por esa rocas para ahorrar un kilometro.

Miré el sitio señalado: una enorme piedra con estrecha gradería que daba acrobático acceso a la montaña. -Por ahí es imposible subir montado y aún a pie es muy difícil no teniendo costumbre de hacerlo. Si va a Santa Cruz dé la vuelta al cerro. Al Buen paso tardará media hora.
Un ímpetu de súbita audacia violentó mis sentidos con tan ciega potencia que, clavando con furia las escuelas al caballo y golpeándole las ancas con el chicote, lo precipité por aquella empinada escalera. Pero inútilmente.

-Se mata, señor, se mata –gritaban de una casa vecina. No atendí razones, y atormentando al brioso animal, le hostigué de tal modo que, veloz como una flecha, subió hasta lo más alto de la roca.

I oyendo las exclamaciones de asombro que se elevaban del camino corrí hasta alcanzar a las mujeres. Al verme llegar en forma tan arrebatada, la doncella, temerosa, comprendiendo mi deseo, se refugió tras de las otras. I este simple acto bastó para que la fría razón se impusiera sobre el vértigo de mi instinto. Arrendé hacia atrás el caballo, regresando al lugar por donde subí. Ya en el extremo contrario del ardiente anhelo que me impelió hacia arriba, con perfecta conciencia del peligro, pero amargado, por la decepción, lancé al sudoroso bruto a lo largo de la piedra rodando por el sendero. En pocos segundos levantóse resoplando, y yo aferrado a sus crines, lo obligué a emprender una carrera frenética hacia la ciudad, entre la sorpresa de los aldeanos testigos de mi quijotesca aventura. **Aclaración: Se incluye el español original de esa época.

¡Cuántos vividos episodios podría relatar de aquellos dos meses y medio de guerra! Monterroso, nacido para el mando, disciplinó las energías de los tres jóvenes generales de nuestro ejército, Ferrari, Marín y Williams. Combates y escaramuzas, entre aquéllos el de Yuscarán, las de San Lucas y El Hatillo, en donde violando el armisticio, fuimos atacados una madrugada mientras dormíamos. David ratificó, una vez más, su audaz bravura, deteniendo en un desfiladero, con sólo veinticinco hombres, a más de quinientos dirigidos por el varias veces nombrado general Salamanca. Allí cayó gravemente herido un joven artillero ecuatoriano, que hizo en Alemania sus estudios y que pertenecía a una distinguida familia de Guayaquil. Se unió a nosotros en Managua, dejándonos un recuerdo heróico. Fue arrojado sobre un ocote encendido cuando aun agonizaba, entre las soeces injurias de la soldadesca, que nuestras provocaciones de El Picacho, en la tarde anterior, exacerbaron hasta el más feroz salvajismo. De aquella altura nos retirábamos a Yuscarán, en cumplimiento de una orden telegráfica del general Bonilla, cuando las tropas de Dávila intentaron aniquilarnos con un ataque traicionero. Por cierto que en aquellos minutos trágicos, en que los tiros resonaban como cañonazos por la singular topografía y en que vibraba el suelo con las múltiples descargas, vi palidecer y temblar a hombres que eran citados como valientes entre los valientes. Pocas semanas después entraba nuestro ejército en Tegucigalpa entre las aclamaciones del pueblo.

Nació el 7 de julio de 1874 en la ciudad de Juticalpa, departamento de Olancho y   muere en San José, Costa Rica el 19 de noviembre de 1943. Fue un poeta, narrador, editor, antólogo y periodista hondureño que junto a Juan Ramón Molina fue el intelectual de Honduras más importante de principios del siglo XX. Nacido como José Froylán De Jesús Turcios,  fue Ministro de Gobernación, diputado del congreso nacional, y delegado de Honduras ante la Sociedad de Naciones de Ginebra, Suiza. Dirigió el diario El Tiempo de Tegucigalpa y fundó varias revistas.

En el plano personal y literario fue amigo del poeta nicaragüense Rubén Darío y secretario privado del General Augusto Cesar Sandino.
Escribió entre muchas obras la composición Yuscarán, Ciudad Mágica que comparto con ustedes.

Yuscarán Ciudad Mágica, Por Froylan Turcios 
¡Yuscarán, ciudad legendaria de amores y de sueños, adormida al pie del formidable Monserrat, que eleva audazmente en los aires sus vastas columnas de piedra! En un pálido crepúsculo de otro vuelvo a verte, y siento florecer en mi alma una profunda canción al rumor de tus aguas, bajo tu cielo cerúleo y entre la fragancia balsámica de tus brisas.

Evoco al mirarte, en tu suave placidez interior de las medias noches, las ruidosas metrópolis españolas llenas de fantasmas. Cruzando por tu recinto, pienso en Toledo, con sus angostas calles, sus altas casas y su aire íntimo de fabuloso ensueño. Sólo faltan, para que el hondo recuerdo fulgure en toda su plenitud, las rojas macetas de geranios en las ventanas y los risueños rostros de las muchachas entre el mágico sol de las primaveras.

!Pintoresca Sultana de Oriente, que resplandeces en tu gracia seductora!
¡Salve a ti por las manos amigas que me saludaron al llegar! ¡Salve por tu lindas mujeres que como lirios refulgen en tu jardín encantado!

¡Caigan mis palabras como lluvias de rosas sobre las fértiles cabelleras de tus vírgenes! ¡Feliz de mí si la más grácil y dulce recoge una en su tímida mano y la prende en su corpiño!


Recopilaciones Lic. Hector Ramón Cortés en la Revista Yuscarán, Ayer y Hoy, Numero 5, Abril 2013
Fuentes: Libro Memorias y apuntes de viaje de Froylán Turcios, Secretaría de Cultura, Artes y Deportes, Páginas 212-214,  Diario La Tribuna, 13 de julio de 2009 y Eliseo Romero, Monografía de la Ciudad de Yuscarán, año 1969.  


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